Roberta. Roberta trabaja de 9 a 9
entre semana y los sábados por la noche. Ella se encarga de poner las copas en
el Ayala y de tener contentos a los
clientes. Y los tiene, ya lo creo que
están contentos. Roberta es alta, de piel clara, de pelo largo y rubio, y
caderas anchas y pechos imponentes. Roberta se llama Roberta por herencia de su abuela paterna, a la que ni siquiera
conoció pero todos los días recuerda. Roberta es fresca como el rocío de la
mañana, y las ganas se le escapan a cada pestañeo, a cada movimiento de manos, -de
sus manos finas y suaves- , a cada contoneo (con o) sin intención.
Ay, Roberta, Roberta. Fruto de mis deseos, anhelos de perversión
turbadora…
A ella le gusta ser el centro de las miradas.
Lleva entrenándose desde jovencita, cuando paseaba en bicicleta con calcetas
altas y las rodillas rasguñadas, enseñando un poco las bragas con cada pedaleo. Tan adorable con
su cara llena de pecas, tan excitante con sus tirabuzones rubios acariciándole
la mitad de la espalda, esa espalda esbelta que parece hecha a la medida de mis
manos…, entonces me volvías loco pero
jamás dije nada, y loco sigues volviéndome… pero aquí estoy yo, cada semana
de los últimos tres meses, y sigo sin decir nada. Me siento en la mesa del
fondo, con mi café y mi periódico y finjo que me interesan las noticias
internacionales, los sucesos del día a día, las esquelas, la programación
semanal, etc. Pero no es cierto. En
realidad me escondo tras las hojas grandes de papel a mirarla. Y yo sé que ella sabe que la miro
pero se hace la sueca, y sé que le gusta. A veces la descubro mojándose los
labios con saliva mientras hace su trabajo, mientras finge que la cosa no va
con ella y sigue a lo suyo, y cuando pienso que debería recurrir a la ayuda
profesional, ella me mira directamente a los ojos una milésima de segundo y
sonríe de manera casi imperceptible (para el ojo no entrenado) y me fulmina. Me
fulmina con su mirada maliciosa y juguetona.
Roberta, ay, Roberta. Me matas tres
veces al día con esa mirada, con esos ojos de gata que maúlla a dos metros de distancia pero rehúye
si te acercas con intención de tocarla, de acariciarla, de besar ese cuello
frágil de cisne blanco, sus hombros redondos como la luna, su vientre llano,
sus piernas infinitas… Roberta, haces que me endurezca.
Me imagino que la cazo cuando pasa
por mi lado con la bandeja en alto. La agarro de la cintura y la siento en mis
piernas. Entre mis piernas. Me encantaría enredarme en su pelo y meter mi cara
en su escote. Me obsesiona el olor de sus tetas. Yo creo que deben oler a
extracto de vainilla y coco, no sabría bien decir porqué. Le metería la mano
por debajo de la falda, desde atrás adelante, para sentir el calor de sus
nalgas y de su sexo en la palma de mi mano…
Ay, Roberta. Mi valquiria, ejemplo de vicio y perdición…
todo te daría si tú me dejaras. Si yo me
dejara…