viernes, 25 de octubre de 2013

Roberta.

Roberta. Roberta trabaja de 9 a 9 entre semana y los sábados por la noche. Ella se encarga de poner las copas en el Ayala y de tener contentos a los clientes.  Y los tiene, ya lo creo que están contentos. Roberta es alta, de piel clara, de pelo largo y rubio, y caderas anchas y pechos imponentes. Roberta se llama Roberta por herencia de su abuela paterna, a la que ni siquiera conoció pero todos los días recuerda. Roberta es fresca como el rocío de la mañana, y las ganas se le escapan a cada pestañeo, a cada movimiento de manos, -de sus manos finas y suaves- , a cada contoneo (con o) sin intención.
 Ay, Roberta, Roberta.  Fruto de mis deseos, anhelos de perversión turbadora…
 A ella le gusta ser el centro de las miradas. Lleva entrenándose desde jovencita, cuando paseaba en bicicleta con calcetas altas y las rodillas rasguñadas, enseñando un poco  las bragas con cada pedaleo. Tan adorable con su cara llena de pecas, tan excitante con sus tirabuzones rubios acariciándole la mitad de la espalda, esa espalda esbelta que parece hecha a la medida de mis manos…, entonces me volvías loco pero  jamás dije nada, y loco sigues volviéndome… pero aquí estoy yo, cada semana de los últimos tres meses, y sigo sin decir nada. Me siento en la mesa del fondo, con mi café y mi periódico y finjo que me interesan las noticias internacionales, los sucesos del día a día, las esquelas, la programación semanal, etc.  Pero no es cierto. En realidad me escondo tras las hojas grandes de papel  a mirarla. Y yo sé que ella sabe que la miro pero se hace la sueca, y sé que le gusta. A veces la descubro mojándose los labios con saliva mientras hace su trabajo, mientras finge que la cosa no va con ella y sigue a lo suyo, y cuando pienso que debería recurrir a la ayuda profesional, ella me mira directamente a los ojos una milésima de segundo y sonríe de manera casi imperceptible (para el ojo no entrenado) y me fulmina. Me fulmina con su mirada maliciosa y juguetona.
Roberta, ay, Roberta. Me matas tres veces al día con esa mirada, con esos ojos de gata que  maúlla a dos metros de distancia pero rehúye si te acercas con intención de tocarla, de acariciarla, de besar ese cuello frágil de cisne blanco, sus hombros redondos como la luna, su vientre llano, sus piernas infinitas… Roberta, haces que me endurezca.
Me imagino que la cazo cuando pasa por mi lado con la bandeja en alto. La agarro de la cintura y la siento en mis piernas. Entre mis piernas. Me encantaría enredarme en su pelo y meter mi cara en su escote. Me obsesiona el olor de sus tetas. Yo creo que deben oler a extracto de vainilla y coco, no sabría bien decir porqué. Le metería la mano por debajo de la falda, desde atrás adelante, para sentir el calor de sus nalgas y de su sexo en la palma de mi mano…  

Ay, Roberta.  Mi valquiria, ejemplo de vicio y perdición… todo te daría si tú me dejaras.  Si yo me dejara…